viernes, 19 de octubre de 2018



RECORDAR EL PASADO CON LA AUSENCIA DE DOLOR
  Marta Campillo 

    Muchas veces ante haber vivido situaciones muy dolorosas, de injusticia, de maltrato, de desamor, el recuerdo de muchas situaciones dolorosas de trauma está presente en nuestra idea de quienes somos y como merecemos ser tratados. Ese pasado puede tratar de definir nuestra imagen de sí mismos y lo que identificamos como nuestras posibilidades de vida.
     Cuando desde la infancia se vivió así, pareciera que esa experiencia dejo una única huella, la del dolor emocional, que ciertamente está presente. Afortunadamente nunca vivimos una solo historia. Frente al desprecio o injusticia o situaciones de violencia, existe otra la historia, la de supervivencia. Tal vez esa no se haya contado nunca y aunque si tengamos la experiencia de haber aprendido a ir más allá de la situación dolorosa, no hayamos aprendido a vernos como sobrevivientes, como personas que pudieron sobrevivir a pesar de condiciones de trauma emocional, físico y pobreza.
     El pensarse como sobreviviente, e ir recuperado esas respuestas que nos permitieron manejar el dolor, poco a poco permitirá descubrir lo que hemos hecho y lo que hemos aprendido sobre todo de nuestras habilidades de vida, de esas posiciones y creencias que nos apoyaron a manejar el dolor, la tristeza, la falta de apoyo o amor. Hay toda una historia muy valiosa en esa sobrevivencia. Tal vez aprendimos a cuidar a los demás, tal aprendimos a luchar por lograr una vida diferente.  Quizás hayamos desarrollado habilidades para sobrellevar la adversidad y no perder la esperanza.
     El proceso para ir más allá del dolor emocional y espiritual que nos deja crecer bajo esas condiciones, se hace más claro cuándo se va recuperando la historia de cómo sobrevivimos el pasado y haciendo visible en nuestra manera de vivir y de ser con nosotros y con los demás, lo que eso dice de lo que valoramos y consideramos preciado en l vida. Ese conocimiento permite sentar las bases para lo que queremos desarrollar en nuestras relaciones, trabajo y vida. Si es el sentido de justicia, el amor a la familia, el respeto a los demás y a la verdad, eso perfila como queremos vivir. Así, podremos definir que clase de relaciones mantener y cómo actuar.
    El pasado no se puede olvidar, pero si podemos recordarlo sin el dolor, reconocerlo para no mantenerlo en nuestra vida. Como una cicatriz, que es la huella del pasado sin el dolor, podemos verla, examinarla, tocarla y, aun así, ya no nos duele pues ya no está abierta. El proceso de dejar ir, tiene que ver con la recuperación de la otra historia, esa que narra todo lo que hicimos para sobrevivir y para defendernos. Donde está contenido lo que hicimos para trascender el dolor y la injusticia. Nadie vive una experiencia de trauma sin dar respuestas, aunque estás nunca se hayan reconocido, aunque estén escondidas y soterradas por el dolor, ahí están, en la experiencia vivida, en todo eso que hizo posible que hayamos anhelado ser diferentes, vivir de diferente manera, que hayamos aprendido a valorar la justicia, el amor y una vida donde haya apoyo y cariño.

     Afortunadamente, en el tiempo vivimos a través de múltiples relaciones, formando muchas interacciones con muchas enseñanzas de vida. Así, para poder recuperar esa otra historia podríamos preguntarnos ¿Qué conozco de mí que me permita ser la persona que quiero ser? ¿Qué valoro como algo tan Importante, que me inspire, que me motive a vivir y ser como quiero ser? ¿Qué necesito hacer para crear la vida y las relaciones que necesito? ¿Qué necesito hacer para recordar el pasado sin el dolor? Poco a poco como un paisaje que se despeja puede emerger una identidad alternativa que se devela y que ha sido lo que nos ha ayudado y ahora permitirá crear el camino de vida y de relaciones que queremos.

viernes, 12 de octubre de 2018





EL ENOJO: UN FUEGO QUE CONSUME
        Marta Campillo 


     El enojo es una emoción muy expansiva que invade la vida, las emociones, los pensamientos, el estado de ánimo, y tiene muchos efectos negativos. En el cuerpo genera una sensación de desesperación. Hay una angustia por querer sacarlo y dejar de  sentirlo, cancela la lógica reflexiva, y la persona no sabe qué hacer.
     En los casos infantiles hay que valorar si no se debe a un problema del desarrollo neurológico, una disfunción  en la maduración neurológica, pues esto hace a las o los niños irritables y que fácilmente pierdan el control y se enojen.
     En otros casos hay que mirar a la situación donde se da, puede ocurrir que haya ciertas relaciones en las que el  entendimiento sea muy pobre y  produzcan conflictos. El analizar que pasa entre las personas, ¿cómo pasa?, quién agrede y cómo es que se escala en el desacuerdo, permite ver concretamente la cadena de interacciones para poder darse cuenta de lo que no ayuda y parar. El contexto donde se dan y la historia con esa o esas relaciones nos permite tomar decisiones acerca de nuestro propio accionar, si debemos cambiar y permanecer y negociar y cortarlas.
      Una experiencia de vida me enseñó mucho acerca del enojo. Hace muchísimos años, de repente sentí una ola de emoción, revuelta con energía que me impulsaba a repeler a una persona que había sido mi pareja y me traicionó. Él vino a mi casa a hablar conmigo, pero me era imposible oír, por la ola de fuego se apoderó de mi cuerpo. Como nunca me había sentido tan invadida por una emoción tan fuerte, a la que yo llame un "odio jarocho".
     Nunca había experimentado tener una emoción tan invasiva que no la podía razonar, aplicaba los métodos de relajación y no me calmaba. Entonces tuve que alejarme, separarme de la persona y despedirlo pues no me era posible ni escuchar o soportar su presencia.
    Me pregunté ¿Qué puedo hacer para resolver ese enojo que me invadía? No sé cómo pensé en la función del enojo y me pregunté ¿Qué lograba el enojo teniéndome así? Lograba separarme, alejarme de la causa, y ¿Qué lograba con eso? Tener seguridad, y ahí pensé que el enojo en este caso me protegía, tal vez, de mí misma, y de que yo no fuera a ser capaz de regresar con esa persona que me dio cicuta emocional. La fuerza tan tremenda del odio me detuvo.
     Cuando pensé en el enojo como una máscara que tenía un propósito, y me di cuenta de que la solución estaba en reafirmarse que yo era capaz de cuidarme, de protegerme, para que no me volvieran a lastimar y de decir NO a la relación, puesto que esa cercanía me había herido profundamente ¿Qué pasó con el odio? Como por arte de magia se esfumó, ya no lo sentía, estaba tranquila y con la seguridad que mi mente me cuidaba y esa experiencia me dio una gran lección.
     El separarnos de los efectos negativos que un problema tiene y mirarlo desde afuera, de lejos y ponerlo fuera de nosotros nos da una gran capacidad de observación y de análisis para descubrir cuáles son los efectos del enojo y si hay algunas causas que lo provocan. Además de observar como hemos logrado ir más allá del mismo.
     Muchas veces es el dolor residual de una separación no resuelta, otras veces esa persona nos ha seguido agrediendo y el conflicto permanente alienta al enojo. En todo caso muchas veces tiene que ver, con que eso que pasó en la relación lástima lo que valoramos como sagrado, aquello que, aunque no lo hayamos identificado vive en nuestras creencias, como el sentido de justicia, la lealtad, el respeto y la confianza para decir la verdad. Esa transgresión a lo que consideramos intocable, ayuda a que el enojo permanezca. Aún en condiciones de agresión, el camino será la resolución y no la misma respuesta que nos daña. Para lo cual identificar lo que nos calma, lo que nos ayuda a zafarnos de las emociones negativas y el descontrol y regresar a la tranquilidad. Es muy importante.
     Cada uno de nosotros tiene habilidades de vida, adquiridas a través de resolver problemas y de reconocer la manera como queremos ser. Cabe hacernos unas preguntas: ¿Qué haces cuando te llega el enojo? ¿Cómo has logrado entender cuales son los efectos negativos del enojo?  ¿Cuáles estrategias utilizas que te sean efectivas para calmarte? ¿Has identificado el contexto de relaciones del enojo?

   
     


viernes, 5 de octubre de 2018




LA HUELLA DE LA VIDA
Marta Campillo
    
      Como seres humanos tenemos el privilegio de ser amados y así aprender a amar. Desde que nacemos, esa especial inmadurez con la que venimos al mundo, hace que para que podamos sobrevivir necesitemos de otras personas, esto es de cuidadores, generalmente son los padres o familiares, otras veces son personas que se encargan del cuidado, la cuestión es que debemos estar rodeados de otras personas que nos enseñen a comer, a controlar esfínteres, caminar o a hablar y a relacionarnos.
     En ese tránsito de desarrollo y aprendizajes, aprendemos algo muy importante, a dar y recibir cariño. Tal vez comienza el proceso con el hecho de la protección que recibimos cuando nos amamantan. Tal vez cuando identificamos la voz de la mamá o sonreímos con los mimos y chistes del Papá. Quizás sea cuando comenzamos a jugar y en esa interacción, entre risas y "monadas" por las que recibimos el cariño jovial. De esas interacciones aprendemos la importancia de dar y recibir y eso nos da seguridad.
     Durante ese tránsito de crecimiento además de habilidades concretas, aprendemos lo que las demás personas son para nosotros y en esas condiciones vamos construyendo lo que somos, a través de vernos en los ojos y aprobación de los otros.
     Los procesos que se mueven para que vayamos contestando la pregunta ¿Quién soy?, se van dando dentro de las relaciones que nos ayudan a vivir, en todo lo que hacemos, y lo que compartimos con las otras personas. Por lo cual hay personas muy especiales que nos dan señales importantes de quienes somos, al reflejar lo mejor de lo que somos en los ojos de esa persona., en su apoyo y entusiasmo por nuestros planes y futuro.
     La manera en que interactuamos nunca es solamente de un lado, las acciones van de la otra persona a nosotros y de nosotros a esa persona. Pensar las relaciones como circulares nos ayuda a darnos cuenta que nuestra presencia es importante para las otras personas y no únicamente ellas para nosotros. Recibimos apoyo y amor y las personas también lo reciben de nosotros.
     Lo que llamamos ser yo mismo, el reconocerlo o descubrirlo, es un proceso de vida, en donde continuamente las relaciones que se establecen nos enseñan de nosotros mismos y aprendemos de lo que las personas aprecian en nosotros y ellas o ellos reciben lo que les damos y también aprenden de sí mismos.
    Un hijo puede recibir apoyo, comprensión, y cariño de sus padres y este a su vez les da cariño y reciprocidad a su trato. Así, el hijo o la hija aprenden de sus padres como ser personas e hijos, y los padres aprenden como ser padres y a formar a una persona llamada hijo/a. Las personas con las que interactuamos son muy importantes, son la fuente para aprender a ser y formar una identidad. Las influencias son múltiples a lo largo de la vida.
Cuando una persona amada o cercana, se va o fallece, nos ha dejado toda la huella de su amor en nosotros. Cuando pensamos en ella o él, tal vez recordemos lo que su cariño significó para nosotras. Tal vez recordemos sus enseñanzas y lesa manera única en que éramos con ella o con él.
     Una experiencia que nos hace visible la presencia de esa persona, son los momentos posteriores al fallecimiento, al reunirse todas las personas para dar el pésame, esas personas nos comentan sus recuerdos de las experiencias con la persona que falleció. La huella de la vida se deja en todas las personas con las que tenemos contacto.
     Hacer honor a la memoria de la vida de la persona que murió, se hace posible al evocar los recuerdos de la huella de su vida.