lunes, 26 de noviembre de 2018




LA CULPA NO VASTA
    Marta Campillo 


     Sentirnos mal ante un problema con alguna persona, es muy común, sobre todo cuando esa persona es alguien estimado/a. Si pensamos de dónde nace esa sensación o emoción de malestar, proviene de algo que valoramos como el sentido de justicia. Esto es, el trato de igualdad y respeto es algo preciado en lo que se basan nuestras relaciones. Así, tratar mal a alguien, aunque sea para defendernos, lesiona eso a lo que le damos valor, entonces nos sentimos mal, pues tener conflictos va en contra de lo que valoramos y de la visión de lo que somos nosotros mismos.
     Cuando hay malos entendidos, existe la posibilidad de clarificar lo ocurrido y de entender a la otra persona y de que ella comprenda las razones de nuestras acciones. En muchas ocasiones no hay manera de remediar la situación puesto que aunque podríamos pedir disculpas y explicar nuestro punto de vista, para la otra persona no es posible conciliar y hay que aceptar su posición y tal vez distanciarse.
     Los sentimientos de culpa ayudan únicamente a  movilizarnos a reconocer que lo que hicimos no está bien, que tenemos que ser más cuidadosos  en el manejo que hacemos de las interacciones con las otras personas y que tenemos que explorar por qué reaccionamos de esa manera, que lastimó o incomodo a la otra persona. Muchas veces presionados por nuestra vida estresante, no tomamos en cuenta lo que el otro nos dice, aunque aparentemente estemos escuchando y surge el malentendido. Si no existe una buena comunicación en la cual, podamos expresar que nos estaba pasando y la otra persona también sea capaz de parar y analizar como cada quien contribuyó al malentendido, se habla y la relación y el conflicto se aclaran. Lo malo es cuando ya existen problemas en la relación, o en nosotros ya han existido conflictos cuando las personas se han comportado de esa manera en el pasado y nos predisponernos, la reacción puede ser intensa, aunque con esta persona sea la primera vez que ocurre. Estar dispuesto a ser transparente, a platicar con sinceridad y con el propósito de negociar y clarificar, siempre será la meta a seguir.
     En las relaciones personales algunas veces sucede que una de las dos personas comienza una relación con otra persona, lo que llamamos infidelidad, y cuando sale a relucir la traición, causa mucho dolor y enojo. Siempre es mejor conocer la verdad, sea lo que esta sea. Si la pareja ya no nos quiere o somos nosotros los que la/lo dejamos de querer, lo mejor es decirlo, aunque sea doloroso en vez de herir, con enredos y con mentiras. Vivir ocultándose en esa situación no resuelve nada y agrava el conflicto. Además, estamos yendo en contra de nosotros mismos y de la clase de persona que valoramos ser.  La culpa nos está diciendo, ¡Para!  ¿A dónde vas?  ¿Es ese el camino y la imagen de persona y de identidad que quieres para ti? Entre más tiempo, más engaño, más indecisión y más culpa, todo lo que no nos deja vivir, ante lo cual, hay que cambiar.
     Preguntarnos y tener claro que es lo que valoramos en la vida, de la amistad, de la pareja, de los diversos tipos de relaciones; nos guía, nos alimenta y crea una visión un territorio de lo que consideramos sagrado y que deseamos que guíe lo que somos y lo que hacemos. Tendremos desde esa perspectiva una visión de quien somos, de lo que valoramos y eso nos ayudará a no actuar de maneras que van en contra de lo valorado.
     Así, la culpa puede ayudar, solo si la tomamos como señal de cambio para reconocer y corregir errores. Como un foco rojo que nos indica, analiza, reflexiona como contribuiste al conflicto. Habrá que poner en claro que es lo que la culpa nos quiere decir, para poder cambiar y tener mejores relaciones, más coherentes con lo que valoramos en la vida.





lunes, 19 de noviembre de 2018

 

SIN MIEDO AL MIEDO
Marta Campillo

     En la vida el futuro se presenta como una incógnita, el no saber que nos aguarda, sobre todo cuando tenemos que enfrentar algo difícil, una enfermedad, una evaluación alguna presentación ya sea escolar o profesional y eso engendra incertidumbre y miedo.
    La inseguridad nos hace pensar que no seremos capaces de enfrentar al miedo, que tenemos que creer en las ideas magnificadas y distorsionadas que el miedo elabora para hacernos olvidar que tenemos habilidades para diferenciar lo que nuestra mente crea como una fantasía y la realidad.
     Las explicaciones que se pueden atribuir a las razones de por qué sentimos miedo son diversas, entre ellas estaría la de la vivencia infantil en la cual, la falta de protección de nuestros padres para poder aprender a valernos por nosotros mismos nos enseñó a sentirnos temerosos. Puede ser que sí hayamos tenido esa vivencia, lo que esas explicaciones ignoran es el que la vida es multihistoriada, esto es, esa vivencia no es la única pues como seres humanos interactuamos  con muchas personas con la que tenemos múltiples experiencias diferentes y con nosotros mismos también, y en esa riqueza relacional, acumulamos la experiencia vivida,  aunque no sepamos que la estamos guardando.
      Una de las tareas que la vida nos presenta a lo largo de nuestra infancia es ir aprendiendo a manejar ciertos problemas, como lo es el miedo.  Recuerdo, que sin saber bien lo que estábamos haciendo mis compañeras y yo, que estudiábamos muy cerca del Hospital Civil de Xalapa, saliendo de la escuela nos poníamos el reto de ir a ver a los muertos. Alguien decía “si vas podrás ver al muerto”. Entre la curiosidad y el miedo, ganaba la curiosidad y las ganas de hacer lo que los otros podían hacer y lograr vencer el miedo de realizar tal hazaña. Salíamos y caminábamos hasta una ventana cuyo cristal estaba pintado de blanco y descarapelado por paso del tiempo, por la que si uno escalaba el herraje de protección podía acercarse a algún hoyito para tratar de ver hacia adentro. Casi no se veía nada, aunque uno moviera la cabeza o abriera el ojo lo más que se podía. De pronto, alguien que se había quedado más abajo, con una voz fuerte y para asustar te tocaba y decía “te van a agarrar el muerto”. Sentías que el corazón se te sobresaltaba, te temblaban las piernas y como podías salías de ahí corriendo, y seguías corriendo sin parar hasta llegar a tu casa, jadeando y con el corazón latiendo a toda velocidad y la respiración agitada.
      No recuerdo cuantas veces hicimos eso, ni si quiera tengo memoria de haberlo hablado con nadie, ni tampoco pensé lo que esa experiencia me dejaría, lo que sí me pregunté es ¿dónde quedo el miedo? Pues el miedo se evaporó, dejó presentarse. Todos tenemos experiencias de enfrentar el miedo y demostrar que somos valientes, como aventarse al agua al estar aprendiendo a nadar, como mirar hacia abajo desde un lugar muy alto, como aprender a tocar a un animal desconocido y así vamos aprendiendo a confianza para saber lo que podemos hacer.
     Por supuesto que no basta en la vida con superar los miedos en la infancia, como dormir solo y con la luz apagada, o despertar en la noche y uno solo pararse al baño, dejar ir las fantasías de aparecidos o fantasmas o almas que se aparecen y nos pueden llevar. Pero en esas experiencias, se van forjando habilidades de análisis de la realidad, de lo que es posible y de lo que es fantasía; de qué hacer y cómo podríamos manejar una emergencia; de centrarnos en lo externo de lo que está pasando y no en las sensaciones internas que se pueden agrandar fácilmente y paralizarnos. Así, cuando más tarde tenemos que enfrentarnos a la enfermedad, cuando tenemos que atravesar por la tristeza de enfrentar alguna pérdida, podemos recurrir a ese arsenal de habilidades de vida que vamos guardando, sin percatarnos que está ahí o sin reconocer que lo tenemos a nuestra disposición.
      Además, vamos también teniendo experiencias de aprendizaje de habilidades para relajarnos, como aprender yoga o meditación, aprender autohipnosis o la práctica de algún deporte, con las cuales desarrollemos el conocimiento de las respuestas de nuestro cuerpo ante lo adverso, o lo inesperado que nos asusta, para poder hacer uso de esos conocimientos y habilidades en el momento que lo necesitemos.
      El miedo es una emoción que nos avisa que hay cosas que tenemos que hacer para prepararnos, que hay cosas que a la mejor no hemos tomado en cuenta y que vale la pena hacer para prevenir. Hay que escucharlo como aviso, como una luz roja que se prende y nos hace parar y preguntarnos, ¿Cómo debo afrontar lo que pasa? ¿A qué es a lo que le temo que ocurra? ¿Qué cosa debo hacer que me ayude a enfrentar la situación? ¿Cuál es el plan que me permitirá enfrentar lo que me imagino que será difícil? Y así respirando y ayudándose con las habilidades que uno prefiera y con las que haya aprendido a calmarse, uno lleva a cabo el plan para afrontar esa situación difícil y asustadora, para develar la fuerza contenida en nuestra experiencia de vida.
     

martes, 13 de noviembre de 2018


PERDONAR NO ES OLVIDAR
                marta campillo

     A lo largo de la vida, como vivimos en medio de relaciones es casi inevitable que en algún momento se origine una situación en la que se nos produzcan heridas, algunas por algún desprecio, por desamor, por traición o por conflictos no resueltos. Algunas veces cuando el desamor es con alguno de los papás, se puede producir en un dolor tan grande que se viva como un trauma y esto le cause a la persona que llegue a conclusiones erróneas sobre su identidad, como pudiera ser el pensar que no vale como persona, que no es merecedora de cariño, que hay algo malo en ella o él. Así verse afectada la imagen de sí mismo.
      Lo maravilloso de la vida es que tenemos muchas interacciones con múltiples personas y una mala experiencia con uno persona, no es definitoria para siempre pues hay muchas otras relaciones en las que se recibe el amor y la aceptación que necesitamos para vernos a través de los ojos de otra persona que nos quiere. Por ejemplo, puede ser que hay un conflicto con la mamá o el papá, pero que el responsable de la crianza sea la abuelita o la tía y se tenga el apoyo y confianza para dar y recibir el amor que se necesita para reconocer esa otra parte de nuestra identidad y de lo que podemos llegar a ser y aprender de esas relaciones a como llevarse con los demás con afecto y respeto.
      En las relaciones de pareja, en las que pueden ocurrir traiciones que enfrenten a la persona que la recibe con un inmenso dolor, el camino nunca será el odio o la venganza, pues el problema es que esas emociones invadan nuestra vida y nos produzcan efectos negativos y seamos nosotros los que tengamos que pagar el precio de vivir mal.  La pregunta siempre será preguntarnos que de lo que nosotros valoramos está siendo lesionado por lo que nos pasó, por ejemplo, si es nuestro sentido de justicia, lo que nos hace sentirnos tan ofendidos, entonces inspirado en eso como podemos hacer para enfrentar los efectos negativos de la traición, para no permitir que nos cambie, que nos llene de odio y de rencor.
       Muchas veces cuando de pequeños hemos sufrido el desamor de un padre, y al crecer y madurar la o lo entendemos como una persona que está reflejando lo que ella/él vivió de sus papás, entenderemos que no es con nosotros el problema, sino que es poco probable que una persona que fue criada con desamor, ahora nos de amor. O tal vez las propias contradicciones de lo que vive, no le permiten ver más allá de sus propios conflictos para dar apoyo y protección, y cuando reconocemos ese límite podemos entender sus limitaciones.
     Perdonar es tomar una posición diferente, es entender que la ofensa no fue hecha con la intención de devastar nuestra vida, aunque nos haya afectado de manera muy profunda. Perdonar a la persona es lograr entenderla/lo como un ser humano con contradicciones y problemática no resueltas en las que nos vemos envueltos y sufrimos las consecuencias de cosas que no necesariamente tienen que ver con nosotros. Al producirse el conflicto nos vemos obligados a entender para situar las causas de los problemas en su origen, que muy probablemente tiene que ver, con los conflictos no resueltos en la infancia y en la vida de la persona.
       Cuando tomamos distancia del conflicto y de los sentimientos que nos ha producido de dolor, el enojo, el resentimiento o la tristeza, podemos hacer la tarea de no dejarnos atrapar por esos efectos negativos del problema y que nos atrapen el alma y no o s dejen vivir. Perdonar implica vivir de acuerdo a lo que creemos y valoramos. Es una manera de ser lo que queremos ser, más allá de las experiencias negativas que nos pasen. Perdonar es vernos de lado delo que valoramos y que nos inspira a vivir como queremos vivir ya ser como queremos ser.
      Perdonar es rescatarnos a nosotros mismos inspirados en lo mejor de lo que somos y aprendiendo a ponernos del lado de lo que nos dignifica el amor por la vida y nos hace creer en dar amor, apoyo y consuelo, sobre todo a nosotros mismos.



miércoles, 7 de noviembre de 2018



   
DEJAR IR
       Marta Campillo

     Dejar ir es una decisión que se tiene que enfrentar cuando la relación ha fallado, y en esa interacción, ni con la negociación se ha podido ir más allá de la manera de ser de cada integrante y en las que el sufrimiento sobrepasa la capacidad de quedarse en la relación, ya sea esta un relación cercana, vital o más lejana. Hay momentos en que la interactuar con la otra persona se vuelve insoportable y muchas veces se tiene un afán de querer componerla, de tolerar, de tratar de que el otro entienda nuestras razones, de que cambie y en ese deseo se llega a tolerar violencia o injusticias; todo lo que hace más complicado saber qué es lo que se quiere hacer para resolver. Existe mucha confusión emocional cuando la separación es difícil y confusa.
     Cuando una relación termina parecería que, con solo, no tener contacto con la persona y cerrar todas las interacciones, el procedo de alejamiento y la separación sería posible, pero muchas veces no es así. Seguimos albergando la esperanza, queriendo saber de la otra persona, manteniendo contacto indirecto, lo que mantiene las heridas abiertas y no permite que la energía emocional se dirija a uno mismo.
     Algunas relaciones son tan íntimas, profundas, llenas de pasión y de amor, que parecen ofrecernos un nirvana, un lugar como el útero materno en el que recibimos toda esa energía y vitalidad que necesitamos, y por eso la traición o los conflictos y la injusticia hacen que queramos darlo todo antes de que se acabe. Pareciera que no vamos a ser capaces de vivir sin esta. Pero terminar la relación sin terminarla, salirnos pero quedarnos, no estar pero seguir buscando información y contacto, hacen que se cree una paradoja irresoluble. Un estado que se gobierna por “Sí pero no”, y así no se puede vivir, solo se produce confusión en todos sentidos. Tendríamos que ponernos del lado del si me voy con todo lo que eso implica, una ruptura total, o ponernos del lado de quedarse con las consecuencias de sufrimiento que eso conlleva.   
      Dejar ir, presupone dejar de sentir, no anhelar que las cosa fueran diferentes, no recordar todas las cosas que nos hacían felices y que necesitamos. Separarse implica en muchos casos perdonar las ofensas recibidas, que han creado dolor, enojo y resentimiento. Y a la vez tendríamos que pensar en nuestro propio rescate, puesto que vivir cargando el peso del enojo, mantenerse pendiente de la otra persona o continuamente recordando y sintiendo la tristeza y depresión de la ausencia, no deja espacio para la vida emocional creativa.
      Poder separarse comienza por un proceso de aceptación de que la relación ya terminó y del reconocimiento de cuáles son las cosas que tenemos que trabajar para poder sobrevivir y reconstruirnos valorando lo que somos, lo que tenemos y decidiendo que es lo que queremos vivir.
      Recuerdo un día que un gran amigo me hizo una pregunta que se ha quedado conmigo ¿Serías capaz de vivir y amar a alguien que no te quiere, que miente, que te traiciona? Y la repuesta me confronto con la elección de la clase de vida que estaba escogiendo. Podría haber seguido lamentando la traición, el dolor, la necesidad de tener esa relación negativa o ponerme del lado de lo que valoro, de las cosas en las que creo, de reconocer la clase de vida y de relación que quiero tener. La respuesta fue obvia y la decisión de no seguir ahí fue muy clara, no sería capaz de someter todo lo que valoro a la crueldad y a la injusticia de esa relación.
      Cuanto más confusa sea la relación cuanto más necesario es poner distancia, alejarse de todo lo que se esa relación implica, para poder reconocer que tenemos la capacidad de decidir como queremos vivir, que cosas son las que nos mantienen siendo la persona que somos, como queremos interactuar con la otra persona en la relación, con sinceridad, con igualdad, con respeto y dando lo mejor de nosotros.  Reconocer que todos tenemos cosas a las que les damos valor y nos inspiran, nos mantienen, nos motivan y nos permiten articular la vida que queremos tener, eso es el camino para decidir alejarnos, cicatrizar las heridas y mirar hacia el futuro.