MIRANDO A TRAVÉS DE LOS LENTES DE LA EQUIDAD
Ana Marina Flores Arroyo
Socializarse como mujer en un mundo que usa la mirada masculina como referente de casi todo impone tareas casi imposibles de cumplir: se bonita, se sensible, se siempre amorosa pero no tan amorosa porque te faltas al respeto, se recatada, date a respetar, no seas gorda, no seas demasiada flaca, usa solo cierto tipo de ropa para que seas una mujer digna, no seas brusca, maquíllate, se femenina, no discutas, no lleves la contraria, estudia algo más de mujeres, cásate, ten hijos, renuncia a tus deseos en pro de tu esposo y tus hijos, etc. Etc. Mirarse a través de ese referente, causa estragos en la manera como las mujeres nos concebimos y nos evaluamos, hay una permanente lucha por ser la mejor para el otro, una permanente lucha entre ser una misma con nuestros deseos, intereses y valores propios y lo que la sociedad espera de nosotras por el hecho de ser mujeres. Competimos para ser la más hermosa, la más arreglada, la que tiene mejor reputación... Llegamos a sentir que tenemos derecho a descalificar y ofender a otras mujeres que no cumplen las demandas e imposiciones de este mundo dirigido por los deseos masculinos... Las llamamos zorras o mochas, feas o artificiales, nacas o presumidas marimachas o tontas.
Ser socializadas de este modo nos lleva a
creer que si algún día nos violentan es nuestra culpa porque no nos apegamos a
esos designios: porque no vestimos como debíamos, porque hablamos de más,
porque no quisimos hacer lo que los demás querían o porque lo hicimos, pero
fuimos tontas al confiar de más, al final del día, toda la responsabilidad
recae en nosotras. Y no solo la responsabilidad de lo que nos pasa a nosotras
sino también de lo que le pasa a nuestros hijos, si se cayó y se lastimó
la pregunta es donde estaba la madre, jamás preguntamos donde está el padre, si
un día tuvimos que dejarlos al cuidado de otra persona para salir
un a ver a las amigas, somos malas madres, pero nadie cuestiona porque el
padre no está presente, o porque él si se puede salir sin que nadie le
cuestiones acerca de su rol de padre.
Ponerse
las gafas de la equidad realmente puede cambiar nuestras vidas, ponerse las
gafas de la equidad es empezar a ver todas las formas en que las mujeres hemos
sido oprimidas por el hecho de ser mujeres, es cuestionar esa mirada masculina
que nos cosifica y limita, es darnos cuenta que podemos ser mucho más que
madres, mujeres bellas, mujeres objeto de deseo sexual o mujeres que callan por
miedo cuando están siendo agredidas. Mi camino ha sido lento, pero es muy largo
y tiene una historia, empecé por reconocer que si tenía miedo a los hombres es
porque fui agredida por ellos muchas veces y no porque fuera insegura; luego
empecé a preguntarme que era lo que había estado cuidando cada vez que sentía
miedo de un hombre y me alejaba para no formaba vínculos y descubrí que
estaba resguardando mi bienestar e integridad, aprendí a interrogarme
constantemente de lo que valoro de mi como mujer y como ser humano y he
descubierto que valoro mi capacidad para analizar y cuestionar la hechos, para
no dar por sentado las cosas, para defender mi postura con argumentos, descubrí
que me prefiero luchadora que víctima, que me sueño libre y congruente aunque
para ello deba romper los esquemas que me fueron inculcados.
Que quiero mirar con una mirada no
masculina, me ha permitido dejar de sentir que soy mejor mujer que otras
mujeres solo porque a lo largo de la vida he escuchado que me dicen
"pocas mujeres tienen lo que tú belleza e inteligencia" o el "tú
eres diferente". Valorarme como mujer desde una perspectiva de equidad,
dejando de lado los referentes masculinos me ha permitido ser
compañera y hacer hermandad con otras mujeres, me ha permitido también
cuestionar mis privilegios como mujer blanca, escolarizada, de clase media,
hija de un profesionista y me ha llevado a respetar a otras, a luchar por
otras, a educar en equidad a otras.
He dejado de sentir vergüenza por cosas
que antes sentía que eran mi culpa pero que no es así, por ejemplo, sentir
vergüenza por haber sido violentada por una pareja (porque según él, yo no era
suficientemente mujer al no querer tener más hijos), haber sido acosada por mis
profesores (porque según ellos yo tenía la culpa por tener una piernas
lindas) y por supuesto dejar de sentir vergüenza al relatar todo esto,
pues ahora puedo dejar la responsabilidad de las agresiones que viví en las
hombres que me agredieron.
Cuestionar las ideas que hemos dado por
sentado acerca de lo que significa ser una "buena mujer" se ha vuelto
la herramienta fundamental para crecer y acercarme a esa imagen preferida de mí
misma, desde una femineidad no convencional.
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