lunes, 19 de noviembre de 2018

 

SIN MIEDO AL MIEDO
Marta Campillo

     En la vida el futuro se presenta como una incógnita, el no saber que nos aguarda, sobre todo cuando tenemos que enfrentar algo difícil, una enfermedad, una evaluación alguna presentación ya sea escolar o profesional y eso engendra incertidumbre y miedo.
    La inseguridad nos hace pensar que no seremos capaces de enfrentar al miedo, que tenemos que creer en las ideas magnificadas y distorsionadas que el miedo elabora para hacernos olvidar que tenemos habilidades para diferenciar lo que nuestra mente crea como una fantasía y la realidad.
     Las explicaciones que se pueden atribuir a las razones de por qué sentimos miedo son diversas, entre ellas estaría la de la vivencia infantil en la cual, la falta de protección de nuestros padres para poder aprender a valernos por nosotros mismos nos enseñó a sentirnos temerosos. Puede ser que sí hayamos tenido esa vivencia, lo que esas explicaciones ignoran es el que la vida es multihistoriada, esto es, esa vivencia no es la única pues como seres humanos interactuamos  con muchas personas con la que tenemos múltiples experiencias diferentes y con nosotros mismos también, y en esa riqueza relacional, acumulamos la experiencia vivida,  aunque no sepamos que la estamos guardando.
      Una de las tareas que la vida nos presenta a lo largo de nuestra infancia es ir aprendiendo a manejar ciertos problemas, como lo es el miedo.  Recuerdo, que sin saber bien lo que estábamos haciendo mis compañeras y yo, que estudiábamos muy cerca del Hospital Civil de Xalapa, saliendo de la escuela nos poníamos el reto de ir a ver a los muertos. Alguien decía “si vas podrás ver al muerto”. Entre la curiosidad y el miedo, ganaba la curiosidad y las ganas de hacer lo que los otros podían hacer y lograr vencer el miedo de realizar tal hazaña. Salíamos y caminábamos hasta una ventana cuyo cristal estaba pintado de blanco y descarapelado por paso del tiempo, por la que si uno escalaba el herraje de protección podía acercarse a algún hoyito para tratar de ver hacia adentro. Casi no se veía nada, aunque uno moviera la cabeza o abriera el ojo lo más que se podía. De pronto, alguien que se había quedado más abajo, con una voz fuerte y para asustar te tocaba y decía “te van a agarrar el muerto”. Sentías que el corazón se te sobresaltaba, te temblaban las piernas y como podías salías de ahí corriendo, y seguías corriendo sin parar hasta llegar a tu casa, jadeando y con el corazón latiendo a toda velocidad y la respiración agitada.
      No recuerdo cuantas veces hicimos eso, ni si quiera tengo memoria de haberlo hablado con nadie, ni tampoco pensé lo que esa experiencia me dejaría, lo que sí me pregunté es ¿dónde quedo el miedo? Pues el miedo se evaporó, dejó presentarse. Todos tenemos experiencias de enfrentar el miedo y demostrar que somos valientes, como aventarse al agua al estar aprendiendo a nadar, como mirar hacia abajo desde un lugar muy alto, como aprender a tocar a un animal desconocido y así vamos aprendiendo a confianza para saber lo que podemos hacer.
     Por supuesto que no basta en la vida con superar los miedos en la infancia, como dormir solo y con la luz apagada, o despertar en la noche y uno solo pararse al baño, dejar ir las fantasías de aparecidos o fantasmas o almas que se aparecen y nos pueden llevar. Pero en esas experiencias, se van forjando habilidades de análisis de la realidad, de lo que es posible y de lo que es fantasía; de qué hacer y cómo podríamos manejar una emergencia; de centrarnos en lo externo de lo que está pasando y no en las sensaciones internas que se pueden agrandar fácilmente y paralizarnos. Así, cuando más tarde tenemos que enfrentarnos a la enfermedad, cuando tenemos que atravesar por la tristeza de enfrentar alguna pérdida, podemos recurrir a ese arsenal de habilidades de vida que vamos guardando, sin percatarnos que está ahí o sin reconocer que lo tenemos a nuestra disposición.
      Además, vamos también teniendo experiencias de aprendizaje de habilidades para relajarnos, como aprender yoga o meditación, aprender autohipnosis o la práctica de algún deporte, con las cuales desarrollemos el conocimiento de las respuestas de nuestro cuerpo ante lo adverso, o lo inesperado que nos asusta, para poder hacer uso de esos conocimientos y habilidades en el momento que lo necesitemos.
      El miedo es una emoción que nos avisa que hay cosas que tenemos que hacer para prepararnos, que hay cosas que a la mejor no hemos tomado en cuenta y que vale la pena hacer para prevenir. Hay que escucharlo como aviso, como una luz roja que se prende y nos hace parar y preguntarnos, ¿Cómo debo afrontar lo que pasa? ¿A qué es a lo que le temo que ocurra? ¿Qué cosa debo hacer que me ayude a enfrentar la situación? ¿Cuál es el plan que me permitirá enfrentar lo que me imagino que será difícil? Y así respirando y ayudándose con las habilidades que uno prefiera y con las que haya aprendido a calmarse, uno lleva a cabo el plan para afrontar esa situación difícil y asustadora, para develar la fuerza contenida en nuestra experiencia de vida.
     

7 comentarios:

  1. Gerardo Reyes Mosqueda Sigue adelante hacia tu meta de beneficio grupoterapéutico, creo que no te alcanzaré pero intentaré seguir tus pasos.

    ResponderEliminar
  2. Me gustó tu reflexión, creo que muchos de nosotros lo compartimos ese ente, y nos limita en diversos escenarios a progresar.

    ResponderEliminar
  3. leyendo su historia, me conecté con el miedo que me atrapa en ocasiones, después me hice una pregunta: ¿en que ocasiones he ido más allá del miedo? y recordé, la vez en que compré mi coche. No sabía manejar, temía manejar, imaginaba que chocaría, que me estrellaría y lo peor que atropellaría a alguien; también tenía muy presente la idea de que las mujeres no servíamos para el volante, que era cosa de hombres, y eso me hacía pensar que yo era del tipo de mujeres que no manejan, de las que dependen más de los varones para conducir. Ese pensamiento me molestaba, pues en mi interior hay una vena feminista, fue esta vena, la que me hizo retar al miedo. Aprendí a manejar. La primera vez que manejé sin la ayuda de nadie, me habían ido a dejar el coche al trabajo, y sin más me desearon suerte y se alejaron, dejandome con las llaves en la mano. Yo no había practicado dentro de la ciudad, ni siquiera había manejado sola en ninguna ocasión. Así que al salir del trabajo, me subí, comencé a sudar frio, hacía calor, pero yo iba fría de los pies a la cabeza, me sudaban las manos y temblaba. Con todo y la tensión que sentía, manejé. Creo que a 20 km por hora por cada calle, hasta que una eternidad después llegué a casa, estaba sana y salva. Después de eso, todo fue más fácil. Ahora creo que pasé de ser una mujer tradicional a ser una mujer capaz de superar retos. El miedo no se ha ido del todo, pero al leer su escrito, este me invita a desarrollar nuevas técnicas para estar mejor preparada para enfrentarlo. Gracias Maestra, siga transmitiendo esos conocimientos y que anime a muchos a ir más allá de sus límites.

    ResponderEliminar
  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  5. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  6. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  7. El miedo en algunas ocasiones nos ayuda a huir cuando nos encontramos en peligro, en algunas otras nos paraliza, es una función indispensable, siempre que este no nos limite a realizar algo, cuando el miedo se apodera de nosotros nos sentimos frustrados por la impotencia de no realizar las cosas, algo que debemos aprender es como manejar ese miedo para que no nos limite, conocernos a nosotros mismo, es importante conocer como nos sentimos cuando tenemos miedo a algo, y que podemos hacer ante esta reacción y para esto nos sirve las experiencias de todo aquellos que cuando éramos pequeños nos hizo sentir miedo, consideró que la infancia es muy importante ya que si en esta etapa tenemos el apoyo de los cuidadores y estos nos brindan seguridad, para poder enfrentar nuestros miedos en el futuro.

    ResponderEliminar