domingo, 30 de junio de 2019



LA SABIDURIA DE LA INSEGURIDAD
    Marta Campillo

     En la vida aprendemos a planear las actividades o a tener en cuenta la secuencia de tareas a realizar de tal modo que podamos obtener la meta que queremos lograr. Así, hay una cierta certidumbre de que al realizar esos pasos podemos lograr lo deseado.
     Desafortunadamente hay muchas situaciones que no se pueden prever, como son los accidentes, los cambios macrosociales que afectan la vida cotidiana y el trabajo, o los cambios inesperados en la salud, esto es la aparición de la enfermedad o la muerte de un ser amado. Hay muchas cosas fuera de nuestro control. Una de las primeras realidades con la que aprendemos a vivir, es con lo inevitable de nuestra muerte. Sabemos que es inevitable y convivimos con esa realidad pensando que será en un futuro muy lejano, para que no nos torture la necesidad de conocer algo que no es posible conocer y la incertidumbre.
    La mayoría de las cosas con las cuales convivimos, conocemos sus causas y sus desarrollos, no son muchas las situaciones con las que tengamos que coexistir sin tener una explicación, hasta que no ocurre lo inesperado, un accidente o una enfermedad rara o se pierde a un ser amado. Ante esas situaciones muchas veces tenemos reacciones emocionales muy fuertes, de ansiedad o depresión, o de descontrol emocional. Y pareciera que necesitamos casi de manera indispensable, explicaciones claras de las razones o de las causas del problema y desafortunadamente no se conocen, no están a la mano o no hay manera de saber lo que pasó.
    Ante estas situaciones, es donde aprender a manejar la incertidumbre se vuelve indispensable. Tratamos de entender lo inentendible, y empeñarse en conocer lo que no está a nuestro alcance o las razones no son claras ni concretas, por ejemplo, en casos de enfermedad o del fallecimiento de un ser amado, nuestra mente quisiera encontrar paz con el conocimiento de la causa del problema y al no tenerla, estamos expuestos a que el enojo o la desesperación nos ganen y no nos dejen vivir. Es aquí donde abrazar a la sabiduría de la inseguridad es la única salida. Esto es, el reconocer y el aceptar, que no vamos a poder tener el conocimiento de las causas o de las razones del por qué sucedió el accidente o de la enfermedad, nos permite liberarnos para atender las necesidades inmediatas derivadas del problema. Por supuesto, que hacer esto o es fácil, el primer paso para lograrlo es reconocer los límites que la realidad nos impone y además el que aún sabiendo algo de como pasaron las cosas, muchas veces no podemos cambiar el resultado o el desenlace de los eventos que llevaron a la situación dolorosa.
      Empeñarnos en saber o querer controlar lo inesperado o desconocido, nos plantea el dilema de que entre más se insista más se sufre y menos podemos tener la serenidad requerida para realizar lo que sí está en nuestras manos aportar, a otras personas o a nosotros mismos. El dolor puede cegarnos y no permitirnos tener la calma y la paz interior para poder apoyar, o ayudar a resolver las consecuencias de lo ocurrido. Incluso cuando somos nosotros los que estamos sufriendo una enfermedad grave, como no se puede tener ninguna seguridad del tiempo que nos quede de vida, podemos aceptar la inseguridad y utilizar, aquí y ahora, el presente para hacer lo que tengamos que hacer en las relaciones con nuestros seres amados y hacer uso de la oportunidad de convivir y de otorgarles y recibir todo el apoyo y el amor que se pueda dar.
       Cuando la incertidumbre y las consecuencias emocionales ganan, se pierde el tiempo en oponerse a lo inevitable, se nubla el raciocinio o no nos deja pensar que hay situaciones que nos demandan estar ahí, en el presente, pues después no habrá tiempo. Tenemos que fluir como el agua, que si tiene mucha corriente corre como un río, o forma una cascada y se adapta a sus laderas. Si se calienta, se evapora y se vuelve nube, y cuando se condensa vuelve a ser lluvia, que fluye o se hunde en la tierra y se vuelve río subterráneo o un bello cenote de aguas claras. Ser como el agua adaptables, consiguiendo tener la sabiduría para poder afrontar y vivir con ese conocimiento y riqueza de espíritu.  

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